Ahí estaba yo. Y él. En la misma estación, en el mismo andén y en el mismo metro. Casualmente había tres chicos, un tanto extraños, con una pinta peculiar, me miraban. Les tocaba bajarse, y dos de ellos se levantaron y me miraron, el otro, esperó a que se parara el metro para levantarse y salir por la puerta de detrás mío. Se bajaron y me señaló con el dedo y vocalizó que me bajara del metro, resultó ser que vino el chico de pantalones baqueros, rubio, me sonreía, les miró, les hizo un gesto con la mano para que se fueran y me dejaran en paz, y se fueron, se sentó a mi lado, logró hacer que una señora le cediera su sitio, seguía sonriéndome, y al mismo tiempo me susurró:
- Pequeña, si algún día, algún capullo te hace o dice algo, lo que sea, que no te guste, llámame, digamos que soy la estrella que te cuida y ha de protegerte siempre, si tú me dices ''ven'', lo dejo todo, pero dime ''ven''.
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